miércoles, 18 de octubre de 2017

Las películas del argentino se asocian con la censura y la depravación. Pero con Love, su cuarto largometraje, el cineasta reemplaza la brutalidad y la experimentación por el afecto y la contemplación. Noé es uno de los invitados del Festival Internacional de Cine de Cartagena, que se realizará del 2 al 7 de marzo.


Hacia la mitad de Irreversible (2002), el segundo largometraje de Gaspar Noé, hay una escena insufrible. Alex (Mónica Bellucci), una parisina burguesa, abandona una fiesta y se adentra a solas en un ominoso y desangelado pasillo subterráneo. A medio camino, un proxeneta la asalta. La cámara, para evitar cualquier connotación erótica, desciende hasta el suelo mientras el señor la sodomiza y golpea durante nueve minutos. Marcus (Vincent Cassel), su novio, la encuentra más tarde sobre una camilla, ensangrentada e inconsciente.

En el cine de Gaspar Noé siempre prima el cuerpo. La figura humana –y en alguna ocasión, la animal– arrastra la dirección de la obra. La guía, como una fábrica exigida a producir sensaciones: la garganta de un caballo degollado, un rostro macerado con vehemencia y destrozado, una pareja entrelazada, rodeada de desconocidos en algún sótano erótico. El cuerpo es el punto de partida pero también la conclusión, una masa de órganos que encierra y deforma el deseo, la familia y la desesperación. Quizá por eso no sorprende que buena parte de la crítica haya tildado a su cine de exhibicionista y voyerista, pero también de superficial y banal.

El director argentino, que vive en Francia desde 1976, acostumbra incomodar al público. Después de apenas cuatro largometrajes, se ha ganado el rótulo de enfant terrible del cine y se ha convertido, en parte por el rechazo de algunos, en una figura de culto. Por eso, en la pasada edición de Cannes, una avalancha de 2.500 personas cercó el Grand Théâtre Lumière para asistir al estreno de su más reciente creación: Love, una película en 3-D de guion escueto, mitad melodrama adolescente, mitad porno casero, cuyo gancho mediático no ha sido otro que una serie de escenas sexuales, explícitas e improvisadas.

Pero Love, a diferencia de las demás películas del argentino, también es una obra cálida. Sus planos a menudo inmóviles se encuentran saturados por una suave paleta de colores. El sexo, un tema engorroso a la hora de hablar de Noé, casi siempre se desenvuelve en el marco de una relación íntima, de una pareja que se acaricia, se graba, se explora. Sí, hay drogas, la cocaína sobre el espejo y un coctel de pastillas, marihuana y opio, también un episodio con un travesti y una serie de figuras amontonadas en la penumbra de un bar clandestino, pero todo eso transcurre en un segundo plano, a la sombra del vínculo entre Murphy, un estudiante de Cine estadounidense, y Electra, su exnovia parisina.

“Yo era adicto al cine erótico, a Emmanuelle y a revistas como Playboy. Todo eso ha desaparecido. Las únicas imágenes sexis que uno encuentra hoy están en revistas de moda o en las fotos de American Apparel.¿Dónde están las que hacían que el adolescente heterosexual quisiera crecer? No sé dónde las puede encontrar la juventud, porque si uno busca imágenes de sexo en Google solo hay de orgías o rígidas fotos de arte hechas para museos –dijo Noé a The Guardian tras el estreno de Love, una cinta que, según él, busca reivindicar esa estética erótica de los setenta y ochenta–: los computadores no excitan. Algunos pueden masturbarse mirando imágenes en el computador, yo no. Una pantalla electrónica no es cálida. El papel, en cambio, sí lo es”.

A pesar de la intención del cineasta con Love, en cuyo centro se encuentra un deseo por develar la intimidad en la pantalla, la polémica parece querer perseguirlo. En agosto el grupo ultraconservador Promouvoir logró que la justicia francesa prohibiera el acceso a menores de 18 años a salas donde se proyectaba la película, mientras que en Rusia un abogado que trabaja en campañas antihomosexuales la comparó con Mi lucha, de Adolf Hitler. En múltiples ocasiones, el cineasta ha profesado su desconcierto y se ha referido a sus demás películas como ejemplos de cintas más controvertidas. “Es muy raro que la violencia en Irreversible o el consumo de drogas en Enter the Void se consideren elementos menos arriesgados que estas imágenes de sexo natural y amoroso. No tiene sentido”, dijo Noé en la misma entrevista. Un comentario quizá cínico, pero no desfasado, pues como explica el crítico Pedro Adrián Zuluaga, el cine de Noé es el de “un provocador, un artista que siempre trata de llevar al espectador a una situación límite, para que a partir de allí este cuestione sus certezas”.

Los límites no existen

“¿Usted sabe qué es la moral? Déjeme decírselo, la moral es para la gente que la tiene, para los ricos”. Con esa frase, pronunciada por un desconocido en un bar, inicia Solo contra todos (1998), el primer largometraje de Noé y la segunda parte del explosivo corto con el que se dio a conocer, Carne(1991). La cinta, ganadora del premio de la crítica en Cannes, se puede resumir como el impetuoso monólogo interno de un carnicero xenófobo y misántropo al borde de un colapso nervioso. El hombre, cuyo nombre se desconoce, deambula por una París lúgubre con un revólver empuñado y la incestuosa fantasía de acostarse con su hija sorda. En la escena más escalofriante de la película, el carnicero arremete salvajemente contra el vientre embarazado de su esposa. “Vivir es un acto egoísta –se dice a sí mismo–: sobrevivir es una ley genética”.

La prensa se estremeció cuando salió la cinta. La tildó como “la huella de un ser inmundo” y un “ejercicio de fascismo”. Pero también reconoció los méritos formales de Noé. Pues la atracción que generan sus películas no solo radica en su contenido transgresor, sino en cómo el cineasta pone en pantalla el estado psicológico de sus personajes. El argentino juega con técnicas como planos secuencia, trucos ópticos o intertítulos –a veces hasta la saciedad–, para transmitir el estado anímico de sus protagonistas. Para Manuel Kalmanovitz, crítico de cine de Semana, esa distancia entre el contenido y la forma explica la naturaleza divisoria de sus películas: “¿Cómo lidiar con algo que formalmente es muy impresionante pero que a otros niveles –temáticos, espirituales, humanos– cae presa de un pesimismo fácil, de un tremendismo que a ratos se siente gratuito?”.

Esa división, palpable en las reseñas de Solo contra todos, asumió dimensiones incluso mayores cuando salió Irreversible en 2002, una película cuya polémica trascendió los textos de los críticos y el simple disgusto del público: a causa de la escena de violación, hubo un éxodo masivo en las salas de cine, desmayos, llanto, vómito. Aun así, muchos consideran que formalmente la cinta es una obra maestra. Cuenta, de fin a comienzo, el traumático día de la protagonista con una cámara que inicia volátil, como un barco en una tormenta, y que se asienta al tiempo que se empiezan a esclarecer los hechos, incluido su embarazo. La película concluye con un efecto estroboscópico que, al ritmo de la Séptima sinfonía de Beethoven, difumina la imagen para sentenciar con una frase el nihilismo del director: “El tiempo lo destruye todo”.

A Noé no le interesa juzgar a sus personajes, ni al carnicero ni al violador. Su actitud parece corresponder a una filosofía que va de la mano con la primera frase de Solo contra todos. El cineasta ha reiterado en varias entrevistas que “antes de ser humanos con morales, la gente es sobre todo animales en una pelea por dominar y sobrevivir”. Es así como en sus primeras obras el lado salvaje del hombre justifica la inmoralidad y hasta la violencia. Una mentalidad para algunos simplista, pero que permite al cineasta situarse en la esfera del iconoclasta. “A Noé parece definirlo el título de su primer largometraje –dice el escritor Hugo Chaparro–. Filma en contra de todos, no para complacer a la crítica o al público. El espectador que tenga la capacidad de tolerar su larga violación en Irreversible o el ambiente enrarecido de Solo contra todos, quizá tenga dos opciones: interesarse en los motivos que definen sus historias o psicoanalizarse”.

Enter the Void (2009), su siguiente película, es un experimento sobrecargado de efectos especiales que busca recrear un episodio psicodélico. Filmada desde el punto de vista del protagonista, y con guiños al Libro tibetano de la vida y de la muerte, la historia transcurre en Tokio, donde Óscar, un microtraficante de drogas, muere en un bar durante una redada pero permanece como un espíritu sobrevolando la ciudad. Así, el protagonista desenvuelve el misterio de su propia muerte, al tiempo que da rienda suelta a un voyerismo incestuoso con su hermana. Noé concibió la idea a los 25 años, mientras veía la cinta de cine negro Lady in the Lake (La dama del lago) (1947), bajo la influencia de hongos alucinógenos. Su otra fuente de inspiración fue la película que lo llevó, a los 7 años, a querer ser cineasta: 2001: Odisea del espacio (1969), de Stanley Kubrick. Al igual que en sus obras anteriores, en esa película las desgracias del protagonista resultan de un episodio azaroso: en Carne y Solo contra todos se deben a un malentendido que involucra un vestido manchado de sangre; en Irreversible son el resultado de un inoportuno encuentro con un proxeneta, y en Enter the Void son la consecuencia de un accidente de carro en el que mueren los papás del protagonista. Con Love, Noé cambia las reglas del juego, aunque no del todo.

Amor

Para muchos, los personajes creados por Noé solo funcionan como vehículos que le permiten explorar una temática controversial: la misantropía, la violación, el incesto. Chaparro, sin haber visto Love, va un paso más allá: “No creo que Noé tenga compasión por sus personajes. Los usa como comodines, al igual que Quentin Tarantino. Se divierte como si estuviera haciendo un cómic, con escenarios cada vez más agresivamente desapacibles. El artista que no tiene compasión por sus personajes los usa para su propia satisfacción”. Love, sin embargo, cuenta con una dimensión humana, quizá por ser una película tan autorreferencial (hay un bebé llamado Gaspar, la cinta favorita de Murphy es 2001: Odisea del espacio). La película, además, no tiene episodios irreversiblemente traumáticos, fantasías incestuosas o episodios de violencia visceral.

Algunos, de todas formas, dirán que el director solo utiliza a la pareja para polemizar el mundo del sexo, para polemizar en general. Y, aunque en la película prime el afecto, y el director afirme que su intención es esa, también hay algo de verdad ahí. En el cine de Noé siempre hay necedad. Como afirma el columnista y periodista Ricardo Silva: “Gaspar Noé es un provocador, pero sobre todo es un artista que no da un paso si no se trata de un riesgo”.

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