martes, 10 de octubre de 2017

ANALIZANDO CARRÉ BLANC Y BEYOND THE BLACK RAINBOW


Carré Blanc
Si algo está muy presente en Carré blanc es, por supuesto, el vacío. Los personajes, especialmente el femenino, aquella que sufre porque VE, nos remiten a la atmósfera desasosegante de El desierto rojo (Il deserto rosso, 1964, Michelangelo Antonioni), pero no hay oportunidad de experimentar el cromatismo emocional e intenso del color. Aquí en cambio se juega con la glaciación, con una total ausencia de colores cálidos, salvo muy significativamente en el abrigo de la mujer, de color marrón. Ella, como Mónica Vitti, la esposa del protagonista, no puede soportar más el tiempo de la simulación, del fingimiento. Su angustia le carcome porque ya no puede quedarse impasible ante la ultraviolencia de lo económico y tampoco puede soportar vivir al lado de un hombre que ha interiorizado tanto las leyes del sistema que ha quedado totalmente entumecido en su percepción. Por eso su mirada siempre será furtiva, situada más allá del umbral físico, más como reflejo de lo introspectivo. Vacío frente a productividad.
De esta manera, Carré Blanc nos propone una película sobre el despertar, a través de un sendero abstracto y circunspecto, lleno de sampleos y bucles que evidencian un cosido narrativo frankensteniano, mediante retales que distorsionan la línea cronológica del tiempo diegético. Una forma de estructurar la narración que en su dibujo cognitivo refleja una autoconsciencia de su legado tras de sí. De esta manera, incorpora al film sutiles alusiones que se muestran esquinadas, pero que le permiten enraizarlo en una línea determinada dentro de las historias distópicas. En el aspecto sonoro, unos punteos electrónicos que recuerdan a la musicalidad de Vangelis para Blade Runner (1982), imprimen un tono melancólico y a la vez deshumanizado en su impresión electrónica y ambiental. También la elusiva Carré blanc es una enigmática corporación empresarial que domina y controla el corpus social, con resonancias directas a Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1974). O bien, el uso de un humor negrísimo y brutal que se conecta directamente con el de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de la que también toma la violencia social como un cáncer que está inscrito en las propias raíces de la estructura socioeconómica.

Es por tanto, un trazado abierto a los indicios y a las señas, aludiendo a los postulados de George Orwell, para edificar un relato dominado por el totalitarismo social, en clave especulativa y futurista. La frialdad se sustenta por el hormigón y las líneas geométricas, que devienen escalofriantes en su aparente perfección en el trazado que dibujan. No hay multitudes, la presencia humana siempre acaba supeditada a la imponencia de lo urbano deshabitado. De hecho la arquitectura remite a un no-lugar, el edificio antes que la persona. Pero es muy interesante la elección de rascacielos que evocan una urbanidad grisácea y decadente de nuestro presente. Es decir, los elementos futuristas se sugieren a partir de lo ya existente. Se busca con esa resonancia un clima distópico antes que la configuración física ficticia, por lo que Carré Blanc se erige como una distopía cercana, muy cercana, siguiendo la línea argumentativa de Mónica Jordan. Por lo que en ese vaciado de la ciudad su expresividad se construye a partir de lo ausente y lo no-animista, mientras que lo perturbador siempre está bajo el disfraz: la sonrisa artificial e histérica del portero de seguridad, aquella que cada mañana consigue con el esmalte blanqueador de los dientes. O el maquillaje que cada día el protagonista se aplica a la herida en su cuello, tras el intento de suicidio en su adolescencia. Camuflar, esconder, eludir, cegarse, jugar las reglas del juego. O pisas o te pisotean. ¿Les suena familiar?

Por eso los planos son de corta duración y sincopados, siempre incorporando en su seno un movimiento muy suave, apenas hay estáticos, ya sean reencuadres mediantes zooms como movimientos laterales. Pero todos, en su dinamismo, siguen un patrón marcial, funcionan como un siseo, como si en su desplazamiento buscasen algo molesto y negado bajo la superficie, un capitalismo salvaje, falso vigía de las libertades individuales, que somete y controla a los seres a los que abriga. Aquí es donde el film adquiere su compromiso con su presente y justifica la reapropiación de formas expresivas del pasado para canalizar la plasmación de las técnicas de selección de personal desalmadas y bárbaras, que sirven para denunciar las medidas abusivas de un sistema jerárquico e implacable, hermanándose con las intenciones de denuncia ya patentes en un film como El método (Marcelo Piñeyro, 2005).

No es una película fácil y exige al espectador una dosis de esfuerzo, ya que el director se esmera en contruir una imagen de la extrañeza, a partir de un estilo libre indirecto, que combina en una misma energía lo objetivo de la exposición, la descripción de lo que la imagen muestra con distancia y desafecto, junto con lo subjetivo de los protagonistas, el dolor interno ante la toma de conciencia, especialmente de la mujer. También le requiere que deposite tras de sí cierta carga cinéfila que le permita descodificar mejor los ricos contenidos, donde casi prácticamente una imagen se corresponde con un concepto. Además arriesga al límite, ya que su protagonista no cuenta con ningún tipo de heroicidad. Es un ser estático e inmovilizado que no dejará ni un resquicio para el mensaje esperanzador, conforme la voluntad y la fuerza del hombre pueden combatir el injusto régimen social. Además se desprende de los elementos del cine de acción o del cine negro, tan característicos dentro de la ciencia ficción más cyberpunk, como si formasen parte de un esqueleto que permita al espectador agarrarse con firmeza y conducirse cómodamente ante la narración. No hay nada de ello, aparte de que es un circunloquio que siempre está apuntando al fuera de campo, aquello que no se dice pero que deja su huellas en el panorama yermo y desolador. Un vacío ontológico terrorífico que nos deja en un estado consternado.

Beyond the Black Rainbow

Si en Carré Blanc todavía queda un resquicio para los sentimientos, en Beyond the Black Rainbow se llega a la negación tajante. Sin embargo, frente a esa perturbadora apatía, la película de Panos Cosmatos es tan agria como fascinante. La propuesta lleva hasta lo desorbitante su cariz abstracto y conceptual, para embargarnos en una experiencia fílmica irresistible. Nos propone imbuirnos en un estado de vigilia, una radical disposición sonámbula y lisérgica que se caracteriza por su impermeable oclusión mental, efecto que puede provocar una inmediata repulsa en espectadores impacientes. Su absolutismo cromático -fruto de una psicodelia traída al siglo XXI, pero como si fuese estrictamente arrancada de una época anterior-, nos propone un viaje plástico y experimental por los inescrutables senderos de la ciencia ficción abigarrada, donde la música creada por el compositor Jeremy Smith (en estaentrevista afirma haberse inspirado en las bandas sonoras de John Carpenter) forma una pieza capital en este estado embriagador, a partir de un tecno ambiental analógico con claros aromas ochenteros, en los balbuceos de la música tecno. Un film que actúa a modo de homenaje de las bases formales y conceptuales de una sci-fi en desuso, la que aludíamos anteriormente de THX 1138, por la vía integrista de la reproducción fidedigna y la apología de lo impenetrable, fruto de un radical minimalismo narrativo.

De esta manera si en Carré Blanc se trabajaba con la negación del color, en Beyond the Black Rainbow es justamente su opuesto más enloquecido. El color se trabaja como absoluto. Unos tintados que, junto a cierta organización del mobiliario, remite expresamente a los aciertos hipnóticos de 2001: Una odisea en el espacio(2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick), la cumbre de la sci-fi conceptual. ¿Es casualidad que el rojo intenso se asocie de forma sistemática al pérfido y atormentado doctor Barry Nyle, de la misma manera que Kubrick lo hacía con Hal 9000? El film no escatima en esa escritura identificando cada color a un personaje, cincelando imágenes categóricas y férreas, que casi podrían dar pie a videoclips de grupos de música electrónica como los Daft Punk, a los que parece efectuarse un guiño con la aparición extraña de los sensonautas.


El proyecto Arboria, bajo las redes manipuladoras del megalómano y espectral doctor Barry retiene bajo su poder a Elena, una joven con poderes psíquicos que logrará escaparse del encierro al que está confinada. Estamos ante una fantaciencia con ecos claros del primerizo David Cronenberg, en su desapego y su configuración de espacios clínicos. Una arquitectura del horror vacui que efectúa una clara conexión con lo terrorífico de la estética absolutista del fascismo. En su impresión alucinada hay una voluntad por hacer evanescente las dimensiones temporales y espaciales y la imagen en su hermetismo severo se convierte en una enunciación por derecho propio. A través de la explosión de los principios que sujetan y concretizan el relato, hay una evocación de aquella ciencia que parece buscar el bienestar, pero agazapa tras de sí una moralidad discutible.

Beyond the black rainbow, sin instancias mediadoras que faciliten el acceso, es una odisea formal que busca la pureza desde la que transmitir sensaciones de lo borroso y lo fantasmal en clave de ciencia ficción. Un itinerario con raíces en lo underground, y cómo éste convierte lo estético en un excedente que rebosa lo fílmico, casi lo constituye como un medio y fin en sí mismo. Una operación transgresora a través de un viaje al pasado, para hacer patente que el fulgor de la vanguardia corresponde a otro tiempo.

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