miércoles, 20 de septiembre de 2017

A todas luces, 2009 fue uno de los mejores años de la carrera laboral de Guillermo Francella. No por el éxito de público, que es algo que no le falta desde hace veinte años





(¿hace falta repasar el currículum? De carne somos, La familia Benvenuto, Poné a Francella, Casados con hijos y un larguísimo etcétera), sino porque éste es el año en que pudo hacer coincidir el éxito con otras ambiciones: debutó como director teatral en el verano con La cena de los tontos, que también protagonizó; al mismo tiempo se estrenó Rudo y Cursi, el film de Carlos Cuarón en el que compartió cartel con Gael García Bernal y Diego Luna y que resultó una de las tres películas más vistas de la historia del cine mexicano; cantó y bailó en el rol estelar de la versión local del musical El joven Frankenstein, montado en Broadway por Mel Brooks; ganó un Martín Fierro por una actuación dramática en Vidas robadas y coprotagonizó la película argentina más exitosa del año, El secreto de sus ojos, en la que, también, hacía un papel dramático. Como muchos otros actores populares, Francella no reniega de la popularidad ("mis raíces son más populares que la milanesa napolitana" dice), pero, al mismo tiempo, se decidió a expandir sus horizontes y claramente lo está logrando.


"Yo lo recuerdo como una persona muy agradable, tranquila, muy buen conversador. A veces venía a verme a la oficina y nos quedábamos un rato largo charlando...", quien habla es mi papá, Jorge Ferreirós, quien conoció a Guillermo Francella hace más de treinta años, pero ni él, ni yo, lo sabíamos. Francella y su tío -en aquel momento, también socio en un emprendimiento inmobiliario- le vendieron a mi papá su primera casa. Pregunta: ¿le comprarías una casa a Francella? Pensalo: en la tele, sería la primera opción para interpretar a un vendedor de casas o de autos simpático, entrador e inevitablemente chanta. En la vida, resultó irreprochable. Fue la casa en la que viví veinte años. Como testimonio de la corrección de la venta, Guillermo y mi papá, evidentemente, quedaron en buena relación. Pero hasta que yo se lo mencioné hace pocos días, mi padre no sabía que ese joven de veintipico, cuyo nombre no recordaba, que nunca le compró nada (mi papá era empleado en una joyería) aunque, a veces, le pedía algún consejo sobre el difícil arte de vender, se había convertido en Guillermo Francella, el mejor y más exitoso actor cómico de su generación. Francella, sin embargo, lo recordaba perfectamente. Fue él quien mencionó que había conocido a un Ferreirós en esa otra vida, en la que vendía puerta a puerta títulos de capitalización y hasta había coqueteado con el periodismo (tras recibirse en el Instituto Grafotécnico, trabajó un verano en revista Gente) y estudiaba teatro. "Lo que más me gustaba era la actuación", recuerda. "Estudié una carrera para tener un título, por los viejos, y elegí periodismo porque pensaba que me iba a permitir estar cerca de los artistas, que era lo que me fascinaba." Treinta años después, Francella sigue siendo alguien agradable, calmo y buen conversador. Escucha, sonríe y reflexiona. Habla con un tono paciente y bonachón, pero su famosa sonrisa y su mirada eléctrica dejan testimonio de su marca registrada: su tono de padre comprensivo esconde, a la vez y sin explicitarlos, los pensamientos más maliciosos y fulminantes.


¿Cómo empezó esa fascinación por el mundo del espectáculo?
Yo tenía un tío, Emilio Redondo, que era representante de orquestas de tango. El me hacía entrar en los teatros de revista, donde podía ver a Don Pelele y a Alfredo Barbieri, que fueron dos cómicos que me marcaron. Me fascinaba estar en medio de ese mundo. Pero en ese momento no me veía como cómico. Sentía que me gustaba el medio y soñaba con trabajar en él. Como muchos, mi ingreso al medio fue a través de comerciales. Por el 78, empecé a mandar fotos a agencias de publicidad y me empezaron a llamar porque parece que les daba un look de papá joven. Después me presentaba en los canales, hasta que a través de un casting se me dio la posibilidad de hacer una obra de Rodolfo Ledo, Proceso interior, que se hacía en un sótano del Abasto. Fue muy positivo hacer esa obra, porque me dio una buena carta de presentación.


¿Quién te vio pasta de cómico?

Fue algo fortuito. Reconozco que a la gente le gustaba escuchar cómo contaba anécdotas. Yo aderezaba un poco mis historias y notaba que mis amigos se reían mucho conmigo, pero nunca me vi cómico. Cuando empecé a trabajar, hacía ciclos como Las 24 horas o Historia de un trepador. Ahí empecé a tener cierta continuidad laboral y, curiosamente, los papeles para los que más me empezaron a llamar eran cómicos. Se ve que resultaba más efectivo en ese rubro. A mí lo único que me importaba era trabajar. Empecé a tener éxito con las comedias y se me dio una continuidad en el rubro, pero que no fue necesariamente buscada.


En estos años te empezaste a desmarcar del humor o del personaje-Francella y eso sí fue buscado.

Sí, yo tenía ganas de meterme en contenidos diferentes. No siento que tenga asignaturas pendientes. La verdad es que yo nunca hice cosas que no me interesaran. En los primeros años, puede ser, porque me interesaba más trabajar y además no tenía un mango. Pero desde que empecé a tener continuidad, yo amé todo lo que hice, desde las comedias hasta los programas para chicos como Brigada Cola. Me divertí horrores haciendo cinco años losBenvenuto. No sé si tenían una calidad artística que los críticos pudieran elogiar. Pero me convirtieron en un actor muy popular. Y a partir de cierto momento, quise empezar con cosas distintas. Por eso me metí en la comedia musical con Enrique Pinti, Los productores. La gente me preguntaba para qué me metía en algo así, si con lo que venía haciendo me iba tan bien. Pero la verdad es que tenía ganas de volver a sentir un hormigueo en el estómago antes de salir a escena.


¿Te bancarías correr riesgos y que te vaya mal?

Sí. No me bancaría estar en el prime-time de Canal 13 o de Telefe haciendo lo mío y que me vaya mal. Eso no te lo fumás muy fácil. Pero si estoy trabajando en algo nuevo, con un director debutante, eso no me afectaría. Igual no es que me lluevan ofertas para hacer otras cosas. Creo que muchos directores piensan que mi imagen pública es tan fuerte que se va a imponer a lo que ellos quieren hacer y por eso no me llaman.


Cuando te veía en El joven Frankenstein sentí eso: que la gente quería ver a Francella antes que al personaje creado por Mel Brooks.

Nosotros siempre creímos que iba a haber más fanáticos de El joven Frankenstein. (El productor) Pablo Kompel y yo nos acordamos de cada gag: si alguien dice "Frau Blücher", los caballos relinchan; si le menciono la joroba a Igor, él me dice qué joroba. Pero el público no se ríe de esos chistes. Uno cada tanto, que vio la película. Yo fui Frederick Fronkensteen a morir. Nos preguntábamos: "¿Qué pasa?, ¿la gente no entiende los chistes?". Hasta que al final yo decía algo improvisado y se rompía el teatro. Y la verdad es que no quería entrar en eso, pero tampoco es que me salía del personaje. Nos dimos cuenta de que la gente estaba esperando encontrar al Francella de la tele y que la convocatoria tenía que ver con la gente que me sigue. Por eso es una línea delgada la de darle otra cosa a la gente, porque la mayoría está esperando que mi personaje salga.


Pareciera que, para el público argentino, el humor tiene más que ver con la complicidad con el actor antes que con el gag verbal de un texto, que lo que hace reír finalmente es una mirada a cámara o un gesto compinche como los que hizo clásicos Olmedo...

Sí, es así. Yo empecé a buscar esa complicidad con los Benvenuto. Como era un programa en vivo, era muy duro. A veces un actor se quedaba en blanco y yo miraba a cámara y buscaba un guiño con el público y eso la gente lo agradecía.


Pasó algo parecido en Casados con hijos, que mientras más morcilleaban, mejor andaba...

No fue así... Al principio, el texto se respetaba de forma milimétrica y funcionó muy bien. Pero después hubo algunos problemas con el horario. Marcelo [Tinelli] empezó a ir a las diez y a veces se extendía hasta las doce menos cuarto y el programa empezaba a esa hora, por eso no tuvo el encendido que tenía al principio. Después lo repitieron durante el verano a las nueve y ahí fue una explosión, al punto que me dijeron de hacer el segundo año. Pero ahí ya no quedaban más libretos, y los adaptadores empezaron a escribir los propios. La gente cree que se saraceaba mucho en Casados con hijos, pero te puedo garantizar que no. Nadie me decía que no le dijera "boludo" al pibe o que yo no haga tal o cual gesto. Pero en cuanto a la precisión de la letra, el exceso restaba en vez de sumar. Importaba mucho el pie y el remate. El segundo año tal vez nos excedimos un poco. Yo me di cuenta de que el segundo año estábamos más bocasucias y eso no me gustaba.


Decías que hay directores que no se atreven a llamarte. Campanella lo hizo, ¿por qué creés que te eligió para un personaje dramático en El secreto de sus ojos?

Hacía bastante que Campanella me había dicho que quería trabajar conmigo. Yo, desde luego, también. El tenía ciertas dudas: que si yo haría un papel que no fuera protagónico, etcétera. Pero no se la hice difícil: cuando leí el libro, el mismo día lo llamé y le dije que quería estar ahí. Es un tipo muy interesante. Me dijo que no quería verme a mí en la película, así que cuando nos reunimos me mostró unas fotos mías caracterizadas: una foto actual, una sin barba y otra en la que no me reconocí en la que tenía el look de la película.


¿Qué fue lo que te interesó: la historia, el desafío de hacer un personaje a contracorriente...?

Todo, la historia, el casting, actuar con Ricardo [Darín], pero sobre todo la oportunidad de trabajar con Campanella, que es alguien que ha hecho grandes películas dentro del cine popular y además es un gran director de actores.


¿Y cómo fue que llegaste a estar en Rudo y Cursi, que fue, creo, tu primera experiencia internacional?

Sí, eso fue muy distinto. Me llamó un director de casting en Argentina y me dijo que quería hacer una audición conmigo, cosa que me extrañó porque acá no estamos acostumbrados a hacer audiciones. Pero después me explicó que era para México y que era para una película con Gael García Bernal y Diego Luna, dirigida por Carlos Cuarón. Pedí leer el guión; me encantó y lo intenté. Me encantó que me pase eso como cuando era adolescente. Creo que de los actores de más de 40 años de acá fueron todos, porque el personaje era argentino. Fue una satisfacción muy grande, porque cuando los conocí a ellos, me dijeron que la decisión fue unánime, o casi. Para mí fue una experiencia inolvidable.


El personaje, Batuta, es un representante futbolístico que parece hecho a tu medida, ¿por qué tenía que ser argentino?

Eso es porque hay muchos representantes futbolísticos argentinos en México y la búsqueda de pibes en los potreros la suelen hacer algunos argentinos. Igual, aunque el personaje tiene algo de mis personajes anteriores, Batuta tiene una oscuridad que no había transitado antes. En los últimos minutos, se convierte en un tipo bravo, cuando le tocan el bolsillo. De modo que me gustó tener esos colores.


Ahora Guillermo del Toro, uno de los productores, va a hacer El hobbit.¿Fantaseás con el llamado?

Del Toro dijo cosas maravillosas sobre mí... que quería seguir trabajando conmigo. Fantasías, siempre hay. Veremos. Estudio inglés, le pongo garra, pero no es fácil cuando ya sos grande.

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