jueves, 3 de agosto de 2017

Analisis de escena The Neon Demon.

Cuando se estrenó, ya hablamos de The Neon Demon, la fábula pseudo-vampírica sobre el mundo de la moda que Nicolas Winding Refn estrenó el año pasado. No obstante, me gustaría rescatar una escena en particular y diseccionarla, explorar sus elementos y motivos para ver más allá de la superficie y extraer algunas reflexiones sobre cómo representamos la vanidad y qué nos dice esto de nosotros mismos.

La escena en cuestión es la siguiente:




Lo primero que llama la atención es la constatación de que Nicolas Winding Refn es un esteta: un enamorado del color y la forma. Un realizador cuyas ideas sobre el plano-o las de la directora de fotografía Natasha Braier– orbitan en torno a la experiencia estética, como si la cámara fuera un pincel y cada fotograma, un óleo. Dicho rasgo se hace patente en su binomio de películas con Ryan Gosling –tanto Drive como Solo Dios perdona se apoyan en una fotografía afectada y autoconsciente-, pero resulta especialmente evidente en The Neon Demon.
La puesta en escena: el marco de The Neon Demon

Comencemos fijándonos en el escenario, porque el entorno marca el tono de los eventos y nos da pistas para interpretar los diálogos. En este caso, sabemos que la escena tiene lugar en un restaurante, pero lo que vemos no es eso: lo que se nos muestra es un espacio oscuro, exclusivo y sombrío. Para hacernos una idea del impacto del escenario, hagamos el ejercicio de imaginarnos esta escena en una terraza soleada y pensemos en qué cambiaría.

La respuesta –a mi parecer- entronca con el tema principal de la película, que en esta escena se enuncia expresamente. La oscuridad que envuelve a los protagonistas los aleja de la realidad y los sitúa en un contexto determinado, una suerte de aquelarre. El restaurante deja de ser un lugar donde se sirve comida y se convierte en una guarida para iniciados, un agujero secreto al que solo pueden entrar aquellos elegidos, aquellos que saben la verdad.




¿Cuál es esta verdad? La que enuncia el diseñador, en el minuto 3:50, que “la belleza no lo es todo: es lo único”. La escena supone la puesta en escena de esta filosofía vital, y lo hace a través de un vacío: el hueco que separa las mesas en las que se sientan los dos grupos hace las veces de abismo, de barrera que se extiende hasta el infinito. Mientras que el diseñador –personaje sin nombre interpretado por Alessandro Nivola– se maneja en este ambiente como pez en el agua, su contraposición es Dean, el acompañante de Jesse, que nos sirve como avatar. Es –de algún modo- nuestra representación dentro de la escena.
La pregunta clave: ¿qué es la belleza?

Dean es un outsider, un extraño que no pertenece a este mundo, así que el personaje de Nivola le explica las reglas del juego. El problema, en esta ocasión, es semántico: el diseñador señala que la belleza “es lo único”, pero ¿qué es la belleza? Lo curioso es que, desde un punto de vista metafísico, podríamos dar por buena la frase, si consideramos “belleza” como sinónimo de términos como “bien” o “verdad”: aquello verdadero es bueno y también es bello, y en este sentido la belleza bien podría ser “lo único” que importa. Pero, por supuesto, el modista no lo dice en este sentido.

Para él, “belleza” es simplemente “belleza física”, y de un tipo muy particular: aquella que se ajusta a los canones impuestos por el mundo de la moda. La frase “la belleza es lo único”, pues, se revela como un puro ejercicio de vanidad, y el resto de la escena refuerza esta reflexión.

Lo vemos en el intercambio que mantienen el diseñador y las dos supermodelos sentadas a la mesa con él: una de ellas habla de pasar por una operación de cirugía estética y él le urge a no hacerlo, porque –como apunta luego- “la belleza auténtica es la moneda más valiosa que tenemos”. Para él, la “belleza auténtica” es aquella hermosura física que no es producto del bisturí: es, por tanto, una belleza efímera.


Es ley de vida: la carne se arruga, el vientre se cae y los pechos no se mantienen tersos con los años. Y no pasa nada, pero el problema ocurre cuando, como el personaje que nos ocupa, se eleva este estado transitorio del cuerpo joven a valor universal. Es, literalmente, la glorificación de la vanidad, de ensalzar como “lo único” algo vano, pasajero y efímero.
Conclusiones: “The Neon Demon, vanitas vanitatis

El mundo que retrata Nicolas Winding Refn es una exageración, pero nos permite re-pensar nuestro entorno. Seguramente estés leyendo esto y tu vida no gire en torno a reuniones con supermodelos en restaurantes lujosos –la mía tampoco-, pero The Neon Demon, en su hipérbole, nos permite re-plantearnos el sentido de la belleza.

¿La belleza está en la piel tersa y una cara joven o está, como señala Dean “en el interior”? ¿Lo segundo es un cliché inasumible o una causa por la que vale la pena luchar? El mefistofélico diseñador lo tiene claro, pero la pelota la tenemos en nuestro campo: a cada uno de nosotros corresponde responder al desafío que lanzan estos cuatro minutos de The Neon Demon.

PS: En el minuto 3:40, el diseñador le responde a Dean de forma despectiva diciéndole que solo se ha fijado en Jesse “porque es guapa”, y que si no habría pasado de largo. ¿Acaso no es posible que haya una gama de grises? Es evidente que el atractivo físico juega un papel en una relación de pareja, pero ¿es lo fundamental, lo único? De nuevo, una escena que abre debate y que –por suerte- suscita más preguntas que respuestas.FacebookTwitterWhatsApLinkedIn

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